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Agila I

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Agila I (¿? – Mérida, marzo de 555) fue elegido rey de los visigodos de Hispania en 549 tras el asesinato de Teudiselo. Su reinado duró hasta 555.

Agila sucedió en la realeza goda a Teudiselo en los últimos días de diciembre del 549. Desgraciadamente nada se sabe de sus orígenes familiares, ni siquiera resulta factible una hipótesis verosímil a partir del análisis onomástico, como en el caso de otros reyes godos. Elegido rey por las ciudades del Norte no fue reconocido por las de Mediodía y las arbitrariedades de su gobierno llegaron a disgustar a los mismos que lo apoyaban. Tuvo gran anhelo en lograr la unidad, pero con el error de querer imponerla con el signo arriano, con lo cual se enfrentó con los obispos, con la aristocracia y con el pueblo hispano romano, que contaban con el apoyo del poderoso imperio católico de Bizancio en un momento expansionista, y con el reino suevo de Galicia, convertido al catolicismo. En la Bética, en el Mediodía de la Península Ibérica se añoraba el Imperio cuyas conquistas llegaban hasta Ceuta; ciudades y vastas comarcas de la región vivían en un estado de virtual independencia, con respecto a la autoridad visigoda.

A los pocos meses de su promoción Agila tuvo que enfrentarse a la rebelión en la antigua colonia Patricia —Córdoba.— Aunque tradicionalmente se ha interpretado este conflicto en términos de oposición a la dominación goda, lo cierto es que existen decisivos testimonios epigráficos del establecimiento de nobles godos en las tierras cordobesas desde antes del 507, de tal forma que en la rebelión e intento autonomista de Córdoba sería posible ver la confluencia de los intereses entra la poderosa aristocracia municipal hispanorromana y la nobleza visigoda allí asentada frente a la continuidad de la prepotencia Amalo-ostrogoda.

En todo caso lo seguro es que el ataque de Agila a Córdoba se saldó con una sonora derrota. En la lucha murió el mismo hijo del rey y todo el tesoro real con las insignias propias de la realeza visigoda, cayó en poder del enemigo. Esto último suponía la imposibilidad de reclutar nuevas tropas en un futuro inmediato. Además la derrota se interpretó en términos religiosos por la profanación del gran santuario cordobés, el sepulcro de San Acisclo, situado extramuros de la ciudad.

La derrota cordobesa supuso también para Agila la pérdida del rico valle bético, teniendo que marchar a refugiarse a la más segura Mérida, territorio donde estarían enraizados nobles godos más seguramente vinculados a su persona y causa, algunos de ellos tal vez pertenecientes al linaje Amalo, como sería el caso de la familia del posterior rey Witerico (603-610). Y lo cierto es que al poco en Sevilla se proclamó rey Atanagildo, miembro de una nobilísima familia goda, muy posiblemente perteneciente al linaje de los Baltos.

¿Representaba la usurpación de Atanagildo la respuesta de la vieja nobleza visigoda a los últimos tiempos de prepotencia Amala y ostrogoda?

No es posible dar una respuesta segura. Aunque favorece el sí la alianza del usurpador con los bizantinos que se encontraban inmersos en una lucha a muerte en Italia con unos reyes ostrogodos vinculados familiarmente al rey Teudis († 548) y, por tanto, a esa aristocracia guerrera ostrogoda dominante en España. Esa alianza fue el resultado de que Atanagildo se sentía aislado en la Bética y en el terreno militar claramente inferior a su oponente; lo que concuerda muy bien con la idea de la prepotencia ostrogoda en el ejército godo en la Península desde el desastre de Vouillé (507).

Justiniano no perdió la nueva ocasión de sacar provecho de las disputas intestinas de un reino germánico occidental, como había hecho antes en el caso de los vándalos y los ostrogodos. El ejército expedicionario imperial, llegado a la Península a finales de la primavera de 552 impidió la derrota de Atanagildo, a pesar de lo limitado de sus fuerzas. Es más, con su ayuda Atanagildo desbarató una ofensiva de Agila sobre Sevilla. En los años sucesivos la situación se mantuvo estable, lo que no dejaba de ser beneficioso a la larga para los intereses finales bizantinos, que no podían ser otros que acabar con la existencia del reino del reino visigodo.

Por eso, cuando con la guerra de Italia prácticamente acabada arribara a la Península un nuevo cuerpo expedicionario bizantino a principios de 555 decidido a establecer un dominio permanente, los nobles godos que apoyaban a Agila optaron por asesinarle en su cuartel general de Mérida en marzo de 555, reconociendo como rey a Atanagildo y uniendo sus fuerzas en la común lucha contra los imperiales